Hoy he terminado la lectura (he devorado sus seiscientas páginas en apenas tres días...) de "La mitad oscura", de Stephen King. Su narrativa es una fuente de inspiración por la manera en que es capaz de trasladar al lector a mundos extraños, únicos. De la multitud de detalles que pueblan la novela, referencias literarias o cinematográficas, este párrafo me ha llamado especialmente la atención:
«… Hace unos días les dijiste a los Beaumont que sería cosa de locos creer no ya en un fantasma vengativo, sino en el fantasma de un hombre que no ha existido nunca. Pero tal vez los escritores invitan a los fantasmas; ellos, como los actores y pintores, son los únicos médiums completamente admitidos en nuestra sociedad. Construyen mundos que no han existido nunca, los pueblan de gente que no ha vivido en realidad y, por último, nos invitan a participar de sus fantasías. Y nosotros lo hacemos ¿no es cierto? Pagamos para hacerlo.»
Este párrafo del capítulo 23 de «La mitad oscura», de Stephen King, describe a la perfección la esencia del novelista como creador de ficción. Sea en el género que sea, el novelista es un creador de mundos, ya sea recreando escenarios existentes, adaptándolos a sus necesidades, o partiendo de cero; es el conocido worlbuilding, pilar indispensable en la planificación de cualquier novela, ya sea romántica o histórica, de ciencia ficción o policíaca. Definir el escenario en el que se van a desarrollar los acontecimientos que constituirán la trama de la novela es un punto de partida inexcusable, tanto como la creación de los personajes que le van a dar vida.
Y ese es precisamente otro pilar indispensable: la creación de personajes, dotarlos de vida propia, de un carácter definido y características físicas que los diferencien, y que sufran una evolución durante el transcurso de la novela. Esa evolución, llamada arco dramático del personaje, debe marcar las modificaciones sufridas en el transcurso de la aventura, tanto a nivel físico como interior, en un viaje evolutivo que acompaña a la acción.
«…y, por último, (los escritores) nos invitan a participar de sus fantasías.», dice Stephen King. Esa frase no es baladí; resume el pacto tácito entre escritor y lector, por el cual el segundo acepta sumergirse en el mundo creado por el primero, sin reservas, con el objetivo de disfrutar plenamente de esa inmersión. Para conseguirlo, el novelista debe ajustarse a las reglas básicas del género que desee abordar, de forma que no saque al lector de la lectura por una frase que no se ajuste a la realidad descrita.
En «La mitad oscura», Stephen King nos traslada a un mundo irreal y fantasioso partiendo de hechos que bien pudieran ser reales. Como no podía ser de otra forma, diseña unos personajes absorbentes y los dota de infinidad de detalles, tanto físicos como de carácter, que los hacen únicos e irrepetibles. La minuciosa descripción de los escenarios invita al lector a sumergirse en su mundo; la exuberancia de la narración, en la que sabe transmitir la importancia de cada detalle, conduce al lector a una experiencia inmersiva que lo transporta a una realidad alternativa.
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